Ocurre de pronto que caminas en algún centro comercial como caminaba el cazador hambriento de la prehistoria, esto es, con una especie de automatismo que dirige todo tu ser hacia la presa y súbita, inesperadamente, se interpone un tipo en el camino y te abraza con efusión y dice tu nombre y al captar tu perplejidad te dice el suyo y solo hasta que te recuerda que compartiste una desaforada farra con él hace chingomil años, en un tugurio merecidamente desaparecido, evocas neblinosamente los pocos rasgos que le quedan después del desastre erosionador que le causó el tiempo. Desastre que no adviertes en tí porque en el espejo solo quieres ver la barba que te afeitas. El ser que buscaba la presa pierde el rumbo y se deja inundar de reminiscencias.
Ayer se repitió el acontecimiento aunque con variantes escenográficas. Mi presa era "Los detectives salvajes" del chileno-mexicano Roberto Bolaño y ahí iba concentrado y tenaz atrapando palabras cuando se me plantó enfrente Efrén Rebolledo.
Bolaño en su libro transcribió "El vampiro" de Rebolledo y provocó mi viaje en el tiempo paralizándome en medio de sus páginas-centro comercial y me llevó a tiempos adolescentes, a la memoria del poder que unos versos ejercían sobre mi libido. Tan fuerte es el recuerdo que casi peligrosamente olvido la caza planeada.
"El Vampiro"
Ruedan tus rizos lóbregos y gruesos
por tus cándidas formas como un río,
y esparzo en su raudal crespo y sombrío
las rosas encendidas de mis besos.
En tanto que descojo los espesos anillos,
siento el roce leve y frío de tu mano,
y un largo calosfrío me recorre y penetra hasta los huesos.
Tus pupilas caóticas y hurañas
destellan cuando escuchan el suspiro
que sale desgarrando mis entrañas,
y mientras yo agonizo, tú, sedienta,
finges un negro y pertinaz vampiro
que de mi ardiente sangre se sustenta.